Está bien que me hagan
enojar. Siempre funciona cuando quiero escribir algo, pero a veces el enojo se
queda a medias y no logro completar las palabras que quiero. El enojo es una de
mis enfermedades crónicas. Sin duda, muchos me imaginarán con un racimo de
arrugas colgando de mi frente cuando cumpla 25. Y dirán: ella siempre se ha
amargado la vida, es una amargada. Nunca supo vivir.
La verdad es que no han
sabido vivir conmigo. Respetar, organizar. Me enferma que las cosas estén en
mal lugar. No sé a quién más le pasa, pero cuando todo está tan sucio, o al
menos lo que se ve así por así, yo me siento enferma y abatida porque tengo que
limpiar todo pronto para poder sentirme bien. Y sobre todo para poder sentarme
a hacer tareas, a leer o a escribir. Menos a tener que tratar con la gente.
A veces estoy tan
cansada de todo y la escritura me rescata. A los minutos, siento que ya soy
culpable porque lo escupí. Pero cuando
platico mis molestias…Sigo siendo esa amargada. Estoy cansada de tratar la
manera de entender a la gente. Después de unos cuantos cuentos con algunos de
mis vecinos, amigos y familiares, estoy más que curada. Ahora sólo voy por el
mundo segura de que me moriré y todo quedará plano. Antes no lo admitía.
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